Improvisar con ñ

La sensibilidad desnuda en el corazón de la improvisación

Agradezco la oportunidad de relatar brevemente el impacto que la obra y la persona de Ajay Heble han tenido en mí, así como en 17, Instituto de Estudios Críticos, México, del cual soy fundador. Espero que mi testimonio personal ilustre su sutileza y su profundidad

 Agradezco la oportunidad de relatar brevemente el impacto que la obra y la persona de Ajay Heble han tenido en mí, así como en 17, Instituto de Estudios Críticos, México, del cual soy fundador. Espero que mi testimonio personal ilustre su sutileza y su profundidad.

En mi juventud fui, por un tiempo, músico de jazz. Mi hermano Daniel, diez años mayor que yo, me introdujo en la improvisación cuando era niño. Aún no dominaba Für Elise en el piano cuando el espíritu lúdico de mi hermano me invitó a cruzar ese umbral que todos quienes cultivamos alguna forma de improvisación reconocemos como decisivo en nuestras vidas. La experiencia no es tan distinta de aprender a andar en bicicleta.

Con los años, mis habilidades musicales crecieron, siempre acompañadas por la improvisación. Incluso llegué a considerar la posibilidad de dedicarme profesionalmente a la música. Tuve la fortuna de conocer la escena del jazz que impulsó en la Ciudad de México Francisco Téllez, quien había fundado con éxito la primera licenciatura en jazz del país. Aprendí, conocí a músicos admirables y toqué en conciertos de todo tipo.

Sin embargo, cada vez experimentaba un sentimiento de extrañamiento mayor. Por mucho que amaba la música y a los músicos, anhelaba más palabras y más implicación crítica. No sin dolor, terminé por abandonar la música por completo. Me formé entonces en historia y filosofía, para posteriormente devenir psicoanalista. Me consagré al lenguaje y dediqué mis energías a una serie de iniciativas de construcción colectiva.

Fundé un posgrado en Semiótica, que más tarde se convertiría en la semilla de 17, Instituto de Estudios Críticos, una posuniversidad establecida en 2001. La idea se me presentó por primera vez, en el curso de mi propio análisis, bajo la forma de una Máquina productora de silencio.

Muchos años después, gracias a Alain Derbez supe de Ajay Heble. Alain había traducido su libro Caer en la que no era. Su impacto en mí fue profundo e inmediato. Produjo una doble epifanía: comprendí que mi experiencia de la sesión psicoanalítica era improvisatoria, y me permitió entender que me relacionaba con 17, Instituto, como con un instrumento musical: uno con el que podía hacer freejazzear en respuesta a una multitud de instancias circundantes.

El trabajo de Ajay produjo así una reconciliación esencial dentro de mí —entre lo musical y lo no musical— mediante el elemento transversal de la improvisación. Un verdadero hito personal: gracias a él comprendí que, aunque había dejado mi bicicleta atrás, aún sabía pedalear.

Las consecuencias fueron significativas. Con amplio apoyo, nuestro Instituto otorgó a Ajay un Doctorado Honoris Causa, que él generosamente aceptó en 2019. Cuando hablé con él por primera vez, en el auto, después de recogerlo en el aeropuerto junto con Sheila O’Reilly, sentí que estaría unido a él para siempre. Lo que siguió fue el fortalecimiento de nuestras colaboraciones con el International Institute for Critical Studies in Improvisation (IICSI).

Agradecido por todo lo que encontré en Ajay y en el IICSI, me comprometí a promover en español aquello que él y sus colegas habían logrado establecer: los Estudios Críticos de la Improvisación. Con su apoyo y el de muchos otros —en particular de Ricardo Lomnitz Soto, Gonzalo Biffarella, Wade Matthews, Ana Ruiz y Ana Ruiz Valencia— convocamos el XXXVII Coloquio Internacional de nuestro Instituto, que incorporó el Festival de Improvisación 2024 originalmente propuesto por el IICSI, celebrado por primera vez fuera de Canadá. Bajo el título Máquina productora de silencio: la improvisación dentro y más allá de la música y las artes, reunió a 70 intérpretes e investigadores, entre ellos Eric Fillion, pocos días después de ser anunciado como sucesor de Ajay al frente del IICSI.

El evento fue memorable y marcó un parteaguas —musical, cultural e intelectual— en México y en el mundo de habla hispana. También confirmó que la posuniversidad es, de cabo a rabo, improvisatoria. Tras el coloquio y el festival, lanzamos una serie de iniciativas para fortalecer el campo de los Estudios de la Improvisación en nuestra lengua. Entre ellas, establecimos el presente portal web 17impro.org, concebido como su epicentro.

El impacto de todos estos esfuerzos será vasto y se desplegará en muchos países. Lo que está en juego no es solo una atención renovada hacia una “técnica” artística, sino el desarrollo de una ontología performática —y su praxis— de especial relevancia en nuestros tiempos turbulentos. Como bien dijo mi colega Jorge Alonso, quizá la improvisación, como concepto, suceda al del acontecimiento en el horizonte del pensamiento contemporáneo.

Nada de esto habría sido posible sin Ajay. Sin embargo, cuando se convive con él personalmente, sorprende el contraste entre la magnitud de sus contribuciones y su temperamento. Ajay es un líder artístico, intelectual y social profundamente comprometido —claro y firme cuando es necesario—, a la vez que notablemente gentil y humilde. Jamás he percibido en él la autocomplacencia ni el exceso de confianza que uno podría esperar con alguien de su estatura.

A pesar de su formidable carga de trabajo y de la multitud de iniciativas que impulsa, siempre halla el tiempo para el comentario reflexivo y el gesto cálido. Ajay escucha. Él mismo parece encarnar la sensibilidad desnuda que yace en el corazón de la improvisación. El gran contraste entre su figura y su persona me conmueve doblemente, y lo celebro dos veces.

Gracias, Ajay —camarada, amigo—, por los dones inconmensurables que has extendido a tantos de nosotros, y por permitirnos el privilegio de transmitirlos a otros. Son incandescentes.

 


Este texto fue publicado originalmente en inglés, en la revista digital Critical Studies in Improvisation / Études critiques en improvisation (edición 16.2, 2025), que estuvo dedicada a pensar el legado de Ajay Heble. El número se puede consultar por acá: https://www.criticalimprov.com/index.php/csieci/issue/view/512

Actualidad, Improvisar con ñ
Ajay Heble, crítica, estudios críticos de la improvisación, IICSI, jazz

17 Impro: La vida común como arte

Frente al recrudecimiento de los efectos de la catástrofe climática y el fortalecimiento del neofascismo a lo largo del planeta, la capacidad de adaptarse a entornos cambiantes de maneras colectivas y creativas, se vuelve urgente. Más aún, frente al agotamiento de viejos modelos para fundar y sostener el tejido social, dándole sentido a la experiencia humana, las experiencias que la improvisación artística nos ofrece en tanto práctica de imaginación, pareciera dotarla de un potencial político relevante.

Frente al recrudecimiento de los efectos de la catástrofe climática y el fortalecimiento del neofascismo a lo largo del planeta, la capacidad de adaptarse a entornos cambiantes de maneras colectivas y creativas, se vuelve urgente. Más aún, frente al agotamiento de viejos modelos para fundar y sostener el tejido social, dándole sentido a la experiencia humana, las experiencias que la improvisación artística nos ofrece en tanto práctica de imaginación, pareciera dotarla de un potencial político relevante. En efecto, como lo han señalado Heble, Fischlin y Lipsitz en su libro The Fierce Urgency of Now, si podemos adjudicarle un carácter crítico a la improvisación es porque supone la invención de posibilidad donde pareciera cerrarnos el paso la imposibilidad. O, en palabras de Jacques Derrida –para quien la improvisación supone una aporía en tanto producción de diferencia y novedad a partir de un ejercicio combinatorio–, de lo que se trata es de apostarle a algo imposible, pero necesario.

Improvisar es arreglárselas frente a la contingencia; el azar de la vida que nos sale al paso. Si seguimos a Mallarmé, el azar sería anulación de la dicotomía afirmación-negación, dando lugar a un absurdo. Sin embargo, como éste también queda en suspenso por el azar, que tampoco lo afirma ni lo niega, se abre espacio para la materialización de lo infinito. En el contexto de la improvisación habría que comprender este in-finito como lo carente de límites y, por ello, de determinaciones: es lo in-definido, lo in-forme. Por ello es que lo que se avecina, lo que acontece, es incalculable, anulando la posibilidad de anticiparlo con la mirada de la razón (i.e. im-pre-visible). Improvisar supone así una apertura, un estar-listo para responder a la alteridad de la alteridad arribante, dejándonos afectar por tal encuentro. Lejos de la lógica figurativa y distante de la mirada, de lo que se trata es de un escuchar, un dejarse tocar para tocar de vuelta: con-tacto.

Estando convencidos de la importancia de la improvisación para toda vida –biológica, psíquica, social o de otro tipo de sistemas complejos–, hemos instalado un portal virtual dedicado a la improvisación. Nuestro interés es promover un espacio de encuentro para todas aquellas personas interesadas en la improvisación, sean artistas profesionales, críticos, entusiastas o porque encuentren útil esta noción como herramienta para el pensamiento. Comprendemos la improvisación tanto como un conjunto de prácticas artísticas particularmente ebullicentes, capaces de generar el arte más contemporáneo posible, como aquellas estrategias utilizadas por todo lo vivo para insistir en la existencia –es decir, lo que desde una perspectiva spinozista podríamos considerar una clara expresión del conatus.

Buscamos contribuir a la consolidación de los estudios críticos de la improvisación en castellano, pues encontramos en este campo un enorme potencial para generar conversaciones transversales entre quehaceres sumamente variados, capaces de desplazar fronteras disciplinares hoy en día caducas. En efecto, lejos de tratarse de un pensamiento sobre la improvisación, el llamado que este campo de experimentación nos hace es el de pensar desde ella, interpelando a todo el saber desde su singular lógica. Se trata de una invitación a pensar en términos de una ontología procesual, relacional e indeterminada, que choca directamente con la metafísica occidental al diluir varias de sus dicotomías (por ejemplo, la de repetición y diferencia).

De manera particular, les queremos extender una invitación a sumarse a lo que no pretende ser otra cosa que una improvisación colectiva, generadora de su propia huella. Siguiendo la propuesta que la crítica española Henar Rivière elabora a partir de su interpretación de la obra del artista húngaro György Galantai, la plataforma 17, Impro –cuya url es www.17impro.orgse asume como un archivo activo, es decir, como un archivo que genera el propio material que archivará. O, dicho de una manera más cercana a nosotr_s: un archivo capaz de improvisar, detonando procesos colectivos de creación.

Ahora bien, ¿cómo puede un archivo improvisar? Ante todo, se trata de un archivo que tiene como finalidad la creación, antes que la conservación. Pero, y he aquí un punto medular, se trata de la elaboración de algo muy particular: lazo social. Efectivamente, desde la óptica de un archivo improvisador, el vínculo social es asumido como un arte. Retomando al Foucault tardío, de lo que se trata no es ya de convertir la vida en una “obra de arte”, sino algo quizás aún más radical: asumir la vida común como un proceso artístico o experiencia estética, y el arte como vida en común.

La plataforma está conformada por cinco distintas secciones, más la página de inicio: Improvisar, Decir, Anunciar, Improvisar con ñ y Vincular. La primera de éstas está destinada a almacenar todo tipo de registro audiovisual de improvisaciones artísticas. Por su parte, Decir tiene como objetivo reunir material discursivo que se encargue de reflexionar en torno a la improvisación, ya sea por medio de la palabra escrita o hablada, mediante videos o archivos de audio. De manera similar, Improvisar con ñ es un blog que contiene textos que versan sobre el tema, teniendo como diferencia fundamental con la sección Decir la extensión de los escritos. Anunciar es un espacio dedicado a la difusión de distintos eventos –sean conciertos, presentaciones de libros, conferencias, cursos, congresos, etc.–. Está abierta la invitación a todo mundo para contactarnos a improvisacion@17edu.org, correo del área de Improvisación de 17, para compartirnos material que quieran que sea difundido. Por último, en la sección Vincular, l_s usari_s de la página encontrarán una agenda de profesionales dedicad_s a la improvisación, pudiendo crear sus propios perfiles para darse a conocer y posibilitar colaboraciones inéditas.

Los dados están echados… ¿Qué música escuchamos en ellos y cuál queremos producir con su movimiento?

Improvisar con ñ
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Syncopation, Cherry Blossoms and Cempasúchil: El Cuarteto Mexicano de Jazz at Hamamatsu Sounds in 2024

In the virtual exhibition HAMAMATSU SOUNDS IN 2024—that took place this October—users were invited to explore a two-room gallery showcasing photographs of people making music (or more precisely, to use the term coined by Christopher Small, of people musicking). Captured by Mexican artist Laura Rodríguez, these images reveal the profound joy music generates, its capacity to forge and strengthen social bonds, and its ubiquity in Hamamatsu.

With a borrowed body that casts no shadow, I float in a space where shoji-style windows harmonize with the digital architecture. The screen’s whitish glow illuminates the photographs on display, while a Mexican pianist plays a piece composed by an African-American jazz musician, inspired by traditional Japanese music. Just as in this doorless space, it makes little sense (if any at all) to question where we come from, nor is it meaningful to ask about ownership of this music—whose greatest legacy is perhaps the production of difference in a medium that has always encouraged cultural blending. (In the beginning, there was pollination.) In this small world where I joyously drift, borders that typically separate tradition from the avant-garde, the Japanese from the Mexican, image from sound, and perhaps past from future, are destabilized.

In the virtual exhibition HAMAMATSU SOUNDS IN 2024—that took place this October—users were invited to explore a two-room gallery showcasing photographs of people making music (or more precisely, to use the term coined by Christopher Small, of people musicking). Captured by Mexican artist Laura Rodríguez, these images reveal the profound joy music generates, its capacity to forge and strengthen social bonds, and its ubiquity in Hamamatsu. As a counterpoint to the usually fast rhythm of these photographs, visitors are encounteres by music created by Mexican artists specifically for this exhibition. Notably, the works feature collaborations from the Mexican-Japanese Lyceum (whose 15-member flute ensemble performs the traditional piece “Tankobushi”); electronic producer Leo Moreno (with his track “The Sound of Color,” using Yamaha, Roland, and Kawai synthesizers); young singer from Veracruz Taliah Armenta Ruiz accompanied by Olivia Hernández on piano; and, taking center stage, the Mexican Jazz Quartet (Cuarteto Mexicano de Jazz). Formed in 1969 and currently featuring Marie Anne Greenham on bass, Edy Vega on drums, Pablo Salas on saxophone, and Francisco Téllez—a pianist and educator of several generations of Mexican jazz musicians—the ensemble presents interpretations of “Japanese Mix” (a composition by Thelonious Monk), “Sakura Mix” (in ensemble and solo piano versions), and Mexican traditional songs “La Adelita” and “La Sandunga.” Through these performances, they create a musical discourse that celebrates cultural diversity and the creative fusion of elements from different traditions. Presented in short segments, these pieces convey a fragmented, even recombinant, experience aligned with the virtual environment.

Though its explicit purpose is to celebrate music’s power to foster peace and collaboration, in honor of the tenth anniversary of UNESCO’s recognition of Hamamatsu as a “Creative City of Music,” HAMAMATSU SOUNDS IN 2024 stands out for highlighting the immense relevance of technology in musical activity. Just as UNESCO’s recognition underlines the ontological primacy of instruments in music creation, the exhibition emphasizes the importance of listening and recording-reproduction media. The virtual architecture enables new relationships among listeners/viewers (now transformed into users) and between different arts in a shared medium. Thus, this experience involves intentional pairings of music and imagery, often creating distance between the sounds depicted in photographs and those actually heard, producing new meaning through juxtaposition. The result is an experience that questions current cultural and communicative boundaries in a world where the internet creates distances that do not necessarily align with geographic proximity.

Hamamatsu’s influence—and therefore proximity—is much greater than one might initially assume for a Japanese city with under 800,000 inhabitants. As the birthplace of companies dedicated to the design and manufacturing of musical technology—Yamaha (1887), Kawai (1927), and Tokai (1947), and, since 2005, Roland (1972) as well—Hamamatsu has had an incalculable cultural impact. To gauge this impact, one need only recall the decisive role of the Yamaha DX7 (the first mass-produced synthesizer, launched in 1983, selling over 200,000 units worldwide) or the Roland TR-808 drum machine (introduced in 1980 and foundational for hip-hop, techno, and post-punk, used by artists as diverse as Afrika Bambaataa, Run-DMC, Talking Heads, and New Order), as well as Yamaha’s release of the first commercial CD recorder in 1988 and Roland’s invention of the MIDI format. Without question, UNESCO’s recognition is worth celebrating, considering the ontological primacy of instruments in music, as noted by musicologists Bernard Sève and Wade Matthews. Indeed, technology in music is not merely a medium as it is in other arts; because music is a temporal art, instruments are inseparable from the (re)creation of works, with each performance serving as the medium through which it materially exists. 

On this, Bernard Sève writes, “(…) in a way, nothing precedes the musical instrument. It is not secondary, but primary. This is where its extreme singularity lies within the set of technical objects.” This singularity, as the French musicologist explains, is that of technical objects that transcend problem-solution logic to establish a framework based on pure sonic desire and human imagination, producing a “new layer of possible sensations.” For Sève, the making of instruments entails, much like composition and performance, the production of sonic ideas.

Moreover, Hamamatsu’s influence extends beyond the manufacturing of musical instruments to encompass amplification, recording, and sound reproduction technologies. These companies have thus not only shaped artistic creation but also produced listening modes that have defined entire eras. Could we imagine the 1980s without CD players or the 1990s DIY culture without digital technology?

From a critical perspective, it could be argued that, like other industries, Hamamatsu’s companies have contributed to cultural homogenization by mass-marketing certain devices. While their history is indeed intertwined with global capitalism and even Japan’s Westernization process—Yamaha, after all, built the first Japanese piano, an instrument inseparable in its design from the Western musical conception—they have also fostered a cosmopolitan sonic culture, helping to establish a kind of musical lingua franca.

This tension between the local and the universal is inescapable in today’s music. Yet, perhaps analogous to dissonance in jazz, it serves as fertile ground for human creation and expression. The music created by the Mexican Jazz Quartet for this exhibition grows precisely from this soil, giving a hard bop and post-bop treatment to pieces from diverse origins. In their musical pot, Mexican popular songs—like “La Adelita” and “La Sandunga”—blend with traditional Japanese pieces, while a Thelonious Monk composition, itself inspired by an old Japanese song, also makes an appearance… A cultural fabric that questions ideas of ownership and origin through sound and listening.

In general, the pieces featured in the exhibition are characterized by an approach in which recognizable melodies undergo various procedures, making them more dissonant. The ensemble’s cohesion is notable, allowing the always precise rhythm of the drums and bass to give the piano greater rhythmic freedom. In different sections of the group version of “Sakura Mix,” we hear multiple rhythmic shifts, both in subdivision and tempo, expertly executed by the ensemble and accompanied by increasingly dissonant harmonies. The piece is treated with strong off-beats, giving it a ska-like feel. The bass plays a central role, moving from fast walking to long, syncopated low notes, before returning to a more agile, steady walking pattern. The saxophone varies the theme in ostinato with quick lines, while the piano provides a counterpoint with chord blocks reminiscent of McCoy Tyner.

Francisco Téllez’s mastery shines in the solo piano version of “Sakura,” a piece from the Edo period (1603-1868) dedicated to the cherry blossom. Téllez invites us to float with a skillful use of pedal and a rubato tempo. As the piece progresses, it gains harmonic motion while Téllez expands the piano’s range, presenting the melody in chord blocks. After a display of virtuosity—fast descending passages and long trills—the piece stabilizes, returning to the initial melody with a renewed brightness that perhaps is a tribute to the future of Mexican-Japanese relations or the city of Hamamatsu itself. The arrival of spring ocurs during the piece, ending with the bloom of the cherry blossom.

In their rendition of La Sandunga, the Quartet plays with our memory, hinting at the melody primarily through rhythmic recall. The theme emerges through a dense instrumental layer in which the drums play a central role. Through a display of virtuosity, marked by a skillful use of toms and rapid cymbal passages, Edy Vega occupies a wide sonic space while generating an energy that propels Pablo Salas’s saxophone into passages of high velocity, increasingly gritty, frenetic, and iridescent in tone. Structurally, the piece begins with a clean and minimally harmonized melody on the bass, leading into an improvisation where the piano’s wide-open chords build energy by producing mounting tension. Under the Quartet’s treatment, it is as if La Sandunga encounters Stravinsky on its journey to Japan, lending the melody a strong dose of dissonance that emphasizes its rhythmic contour.

Likewise, the Quartet’s syncopated treatment of La Adelita infuses the melody with unexpected energy and brightness. The saxophone’s vibrant tone, combined with rhythmic counterpoint from the piano’s precise attacks, gives this Adelita (i.e. women that participated in the Mexican Revolution) an uninhibited spirit. Furthermore, the presence of a rhythmic foundation, almost cumbia-like, provides the piece with a stable base over which the piano moves more freely, making this Adelita to dance.

Japanese Mix allows us to appreciate the individual talents of each member of the Quartet in greater detail. This piece is a well-crafted version of Thelonious Monk’s Japanese Folk Song, composed in 1967 and inspired by the traditional song Kojo No Tsuki from the Meiji period (1868–1912). Téllez opens the piece with a richly flavored introduction, revealing his deep knowledge of piano technique and the blues. The entire band then enters to repeat the theme with a more pronounced rhythmic base. The saxophone, this time constructing the melody with a subtle tone, receives responses from the piano while the drums establish a swing rhytm. After this groove-laden section, there follows a bass solo and then a drum solo. In her solo, Marie Anne Greenham employs swift octave jumps and explores her instrument’s upper register, producing a warm timbre. Edy Vega then constructs a drum solo centered around the snare, developing a counterpoint through the toms. Once again, the expansive acoustic space that the Mexican drummer fills with cymbals creates a contrast with the moments when he uses only the hi-hat and snare, employing rimshots. When the ensemble reenters, the saxophone adopts a somewhat muted tone, playing the melody with pronounced staccato. The piano responds with grounded, stable chords rich in fourths, fitting well with a piece inspired by the ruins of ancient Japanese castles.

Before concluding, it is worth noting that the Quartet’s pieces exhibit a certain tension with the format proposed by this exhibition. While this may offer a renewed listening experience or the opportunity to highlight particular sections of their improvisations, it seems somewhat peculiar that the palpable continuity of these musical pieces is made to align with the rapidity and modular nature of a digital environment. This observation in no way detracts from the musicians’ mastery; yet it underscores that the listening medium—i.e., digital architecture—recalls for a radical rethinking of the duration and nature of those musics created to inhabit it.

In the beginning there was cross-pollination. For jazz, or any other cultural expression, to persist, it is essential to encourage its fusion with other cultural forms and its reinvention through new technologies. In this sense, HAMAMATSU SOUNDS IN 2024 appears to sketch a possible path for the future of jazz: embracing its improvisational nature within the realm of virtuality.

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Síncopa, cerezo y cempasúchil: El Cuarteto Mexicano de Jazz en el HAMAMATSU SOUNDS IN 2024

Con un cuerpo prestado que no produce sombra alguna, floto sobre un espacio donde ventanas estilo shoji hacen armonía con la arquitectura digital. El brillo de la pantalla ilumina las fotografías que ahí se exponen. Mientras tanto, se escucha un pianista mexicano tocando una pieza compuesta por un jazzista negro estadounidense a partir de música tradicional japonesa. Al igual que en este espacio sin puertas no tiene sentido preguntarnos por nuestra procedencia, carece de sentido alguno preguntar por la propiedad de esta música, que tiene como uno de sus legados más grandes la producción de diferencia en un medio donde la mezcla siempre ha sido impulsada. (En el principio fue la polinización.) En este pequeño mundo en el que me paseo suspendido en el espacio, se tambalean las fronteras que suelen distanciar la tradición de la vanguardia, lo japonés de lo mexicano, la imagen del sonido, y quizás el pasado del porvenir. 

Con un cuerpo prestado que no produce sombra alguna, floto sobre un espacio donde ventanas estilo shoji hacen armonía con la arquitectura digital. El brillo de la pantalla ilumina las fotografías que ahí se exponen. Mientras tanto, se escucha un pianista mexicano tocando una pieza compuesta por un jazzista negro estadounidense a partir de música tradicional japonesa. Al igual que en este espacio sin puertas no tiene sentido preguntarnos por nuestra procedencia, carece de sentido alguno preguntar por la propiedad de esta música, que tiene como uno de sus legados más grandes la producción de diferencia en un medio donde la mezcla siempre ha sido impulsada. (En el principio fue la polinización.) En este pequeño mundo en el que me paseo suspendido en el espacio, se tambalean las fronteras que suelen distanciar la tradición de la vanguardia, lo japonés de lo mexicano, la imagen del sonido, y quizás el pasado del porvenir. 

En la exposición virtual HAMAMATSU SOUNDS IN 2024accesible aquí hasta el 27 de octubre–, los usuarios son invitados a recorrer una galería de dos habitaciones donde se exponen fotografías de gente haciendo música. Las imágenes, capturadas por la artista mexicana Laura Rodríguez, dan cuenta de la profunda dicha que la práctica musical genera y su capacidad para generar y fortalecer lazos sociales, así como su ubicuidad en Hamamatsu. A modo de contrapunto del por lo general veloz ritmo producido por las fotografías, los visitantes son sorprendidos por música hecha por artistas mexicanos expresamente para esta exhibición. De manera particular, se trata de colaboraciones del Liceo Mexicano Japonés (quienes, con un ensamble de 15 flautas Yamaha tocan la pieza tradicional “Tankobushi”); el productor electrónico Leo Moreno (con su track “The Sound of Color”, en la que usa sintetizadores Yamaha, Roland y Kawai);  la niña cantante veracruzana Taliah Armenta Ruiz acompañada al piano por Olivia Hernández; y, ocupando el foco principal, el Cuarteto Mexicano de Jazz. Actualmente conformado por Marie Anne Greenham en el contrabajo, Edy Vega en la batería, Pablo Salas en el saxofón y Francisco Téllez –pianista y educador de varias generaciones de jazzistas mexicanos–, este ensamble fue formado en 1969. En la exhibición participa con interpretaciones de “La Sandunga”, “Japanese Mix” (composición de Thelonius Monk), “Sakura Mix” (en versión de ensamble y para piano solo) y “La Adelita”, produciendo, un discurso musical acorde con esta celebración de la diversidad cultural y la mezcla creativa de elementos provenientes de distintas tradiciones. Además, al estar dividido en secciones de pequeña duración, hacen que el discurso sonoro tenga un carácter fragmentado e incluso recombinante, consonante con el entorno virtual. 

Aunque su propósito manifiesto es el de celebrar la capacidad de la música para incentivar la paz y la colaboración en el marco del festejo por el décimo aniversario del reconocimiento a Hamamatsu por parte de la UNESCO como “Ciudad Creativa de la Música”, la exhibición virtual HAMAMATSU SOUNDS IN 2024 tiene como una de sus principales virtudes resaltar el lugar fundamental que la tecnología tiene en la actividad musical. Y es que, así como el reconocimiento de la UNESCO subraya la primacía ontológica que los instrumentos tienen para la creación musical, la exhibición lo hace con los medios de escucha y grabación-reproducción técnica. La arquitectura virtual posibilita nuevas relaciones tanto entre los escuchas/espectadores (ahora convertidos en usuarios) de la experiencia, como entre distintas artes en un medio común. Así, por ejemplo, esta experiencia supone una elección particular de qué tipo de música acompaña a qué imágenes, lo cual en este caso pareciera intencionalmente buscar una distancia entre la sonoridad contenida en las fotografías y la que realmente suena, produciendo un nuevo sentido por su yuxtaposición. El resultado es una experiencia que cuestiona la forma de operar de las fronteras en la actualidad, tanto culturales como a nivel comunicativo, en un mundo donde el internet produce distancias que no necesariamente coinciden con la cercanía geográfica.

Precisamente en ese sentido, la influencia –y, por lo tanto, proximidad– de Hamamatsu es mucho mayor de lo que inicialmente pudiéramos pensar de una ciudad japonesa con menos de 800,000 habitantes. Al tratarse de la metrópolis donde surgieron compañías dedicadas al diseño y manufactura de tecnología musical como Yamaha (1887), Kawai (1927) y Tokai (1947), a la vez que es la actual sede de Roland (1972) desde 2005, Hamamatsu ha tenido un impacto cultural difícil de evaluar. Para dar cuenta de su enorme impacto, basta traer a la memoria el decisivo papel que tuvieron el Yamaha DX7 –lanzado en 1983, fue el primer sintetizador en masificarse, vendiendo más de 200,000 unidades– o el Roland TR-808 –caja de ritmos lanzada en 1980 que resultó fundacional para el hip hop, el techno y el postpunk, utilizada por artistas tan variados como Afrika Baambaata, Run-DMC, Talking Heads y New Order–, así como el lanzamiento por parte de Yamaha de la primera grabadora comercial de CDs en 1988 o la invención del formato MIDI por parte de Roland. Sin duda alguna, el décimo aniversario del reconocimiento por parte de la UNESCO resulta digno de festejo, tomando en cuenta la primacía ontológica que los instrumentos tienen para la música, como han señalado musicólogos como Bernard Sève y Wade Matthews. Efectivamente, como los ejemplos mencionados hacen patente, la tecnología no es propiamente un medio para la música en el sentido que lo es para otras artes pues, al ser un arte temporal, es inseparable de la creación de las obras. Sobre esto, Bernard Sève escribe: “(…) en cierto modo nada precede al instrumento musical. No tiene carácter secundario, sino primario. En ello reside su extrema singularidad dentro del conjunto de los objetos técnicos.” Tal singularidad no es para el musicólogo francés otra que la de ser objetos técnicos que se salen de la lógica problema-solución para instalar en cambio una lógica basada en el puro deseo sonoro y la imaginación humana, produciendo una “nueva capa de sensaciones posibles”. Por ello, para Sève la fabricación de instrumentos supone, al igual que las actividades de composición e interpretación, la producción de ideas sonoras.

A lo recién mencionado cabe añadir que la influencia que esta pequeña ciudad nipona ha tenido en el mundo es mayor si consideramos que el quehacer de las empresas que aloja no se detiene en la fabricación de instrumentos musicales, sino en tecnologías de amplificación, grabación y reproducción de sonido. En ese sentido, no sólo han condicionado con su labor la creación artística sino producido modos de escucha que han hecho época. ¿Podríamos imaginar, por ejemplo, la década de los ochenta sin los reproductores de CD’s o la cultura noventera del DIY (Do It Yourself) sin la tecnología digital?

A modo de crítica, se podría señalar que, al igual que otras industrias, las empresas de Hamamatsu han contribuido a la homogeneización cultural, al condicionar la creación sonora con la masificación de ciertos aparatos. Si bien es cierto que su historia está vinculada con la del capitalismo global e incluso con el proceso de occidentalización de Japón, habiendo construido Yamaha el primer piano japonés –instrumento que, como ha señalado Wade Matthews, es inseparable en su diseño de la concepción occidental de la música–, también ha contribuido a la generación de una cultura sonora cosmopolita, instaurando una especie de lingua franca musical. 

Tal tensión entre lo local y lo universal es hoy en día ineludible en la música pero, quizás de manera análoga a la disonancia en el jazz, se trate de un abono para la creación y expresión humanas. La música que el Cuarteto Mexicano de Jazz hace para esta exhibición se nutre precisamente de tal suelo, al darle un tratamiento particular, de corte hard y postbopero, a piezas de distintos orígenes. En su pote sonoro, canciones del folklore mexicano –como La Adelita y La Sandunga– se mezclan con piezas tradicionales japonesas, a la vez que hace su aparición un tema de Thelonius Monk inspirado a su vez por una canción japonesa… Un tejido cultural que problematiza las ideas de propiedad y origen desde el discurso sonoro y la escucha.

En general, las piezas que se presentan en la exposición se caracterizan por un abordaje en el que melodías reconocibles son intervenidas por distintos tipos de procedimientos hasta volverlas más disonantes. La cohesión del ensamble es notoria, posibilitando el siempre preciso ritmo de la batería y el bajo que el piano se mueva en un terreno de mayor holgura rítmica. Así, en las distintas secciones de la versión grupal de Sakura Mix podemos escuchar varios cambios rítmicos, tanto en subdivisión como a nivel del tempo, logrados con gran maestría por el ensamble, que coinciden con una armonía que se va tornando cada vez más disonante. La pieza es abordada por medio de un fuerte contratiempo, confiriéndole un carácter de ska. El contrabajo es central en el devenir de tal pieza, pues pasa de hacer un walking veloz, a hacer notas graves largas y sincopadas, para volver a tener mayor agilidad, en un walking constante. Por su parte, el saxofón consigue variación del tema, que mantiene en ostinato, por medio de líneas veloces, mientras el piano hace un contrapunto por medio de bloques de acordes que recuerdan a McCoy Tyner.

La maestría de Francisco Téllez es notoria en la versión para piano de Sakura, pieza del periodo Edo (1603-1868) dedicada a la flor de cerezo. Téllez nos invita a flotar en esta segunda versión de la pieza, logrando una sensación de suspensión por medio de un efectivo uso del pedal y un tempo de carácter más bien rubato. El jazzista mexicano plantea una melodía aguda, primero con gran transparencia, para hacerla pasar por una atmósfera cada vez más densa. Conforme avanzan las secciones de la pieza, ésta va adquiriendo mayor movimiento armónico, a la vez que Téllez amplía el registro del piano que utiliza y expone la melodía en bloques de acordes. Tras un despliegue de virtuosismo, que supone pasajes veloces descendentes y trémolos de larga duración, la pieza termina por estabilizarse, recuperando la melodía tal como fue planteada al inicio. Los acordes que la acompañan son más cerrados y vuelve el ostinato de la mano izquierda que en un primer momento acompañó al tema. Hacia el final la pieza adquiere una sonoridad más luminosa, al modificar paulatinamente su armonización. Así, el tema, que en un principio tiene un marcado carácter melancólico, concluye por dar espacio a un sentimiento de esperanza, quizás como homenaje al porvenir de las relaciones entre México  y Japón, o de la ciudad de Hamamatsu. La primavera se instala a lo largo de la pieza, terminando con la apertura de la flor de cerezo.

En su versión de La Sandunga, el Cuarteto juega con nuestra memoria sugiriendo apenas la melodía por medio de la recuperación de su ritmo. El tema se escucha a través de una capa instrumentalmente densa, en la que la batería cumple un papel fundamental. Por medio de un despliegue de virtuosismo marcado por un especial uso de toms y pasajes veloces en los platillos, Edy Vega consigue ocupar un gran espacio, a la vez que generar energía que catapulta al saxofón de Pablo Salas hacia pasajes de gran velocidad y un tono cada vez más rasposo, delirante e iridiscente. Estructuralmente, la pieza parte de una melodía armonizada pulcra y mínimamente por el bajo, para dar paso a una improvisación con acordes de gran apertura en el piano, generando energía al producir una tensión en aumento. Bajo el tratamiento que el Cuarteto le da, es como si la Sandunga se cruzara en su camino hasta Japón con Stravinsky, dotando la melodía de una alta dosis de disonancia y resaltando su silueta rítmica.

A su vez, el tratamiento sincopado que el grupo hace de la Adelita dota a su melodía de una inesperada energía y brillo. El tono brillante del saxofón y un contrapunto rítmico del piano por medio de ataques precisos, permiten que esta Adelita se deschongue. Más aún: la existencia de una base rítmica de carácter casi cumbiero, proveen a la pieza de una base estable sobre la que el piano se puede mover con mayor soltura, haciendo que nuestra Adelita se ponga a bailar.

Japanese Mix nos permite escuchar con mayor detalle las habilidades de cada uno de los músicos que conforman al Cuarteto. Se trata de una bien lograda versión de Japanese Folk Song de Thelonious Monk, compuesta en 1967 a partir de la canción tradicional Kojo No Tsuki, del periodo Meiji (1868-1912). Téllez abre la pieza con una sabrosa introducción en la que se pone en evidencia su profundo conocimiento de la técnica pianística y del blues. Después, entra toda la banda, para repetir el tema con una base rítmica más marcada. Mostrando su gama sonora, el saxofón esta vez construye la melodía con un tono sutil, mientras el piano le contesta y la batería adquiere swing. Tras esta sección caracterizada por tener mucho groove, vienen un solo de contrabajo y luego uno de batería. En su solo, Marie Anne Greenham hace un uso de saltos de octava veloces, además de recurrir al registro agudo de su instrumento, donde consigue un timbre de gran calidez. Por su parte, Edy Vega construye un solo de batería teniendo a la tarola como eje, desde el cual desarrolla un contrapunto por medio de los toms. Una vez más resulta llamativo el amplio espacio acústico que el baterista mexicano logra llenar con los platillos, generando un contraste con aquellos momentos en que sólo utiliza el hihat y la tarola por medio de rimshots. Cuando regresa todo el conjunto, el saxofón emplea un tono más bien opaco, tocando la melodía con mucho staccato. El piano hace uso de acordes terrenales, de gran estabilidad, donde abundan las cuartas, lo cual le va bien a una pieza inspirada en las ruinas de viejos castillos nipones.

Antes de finalizar, me gustaría señalar que el carácter de las piezas del cuarteto presenta una tensión con el formato que esta exposición plantea. Si bien esto puede suponer la renovación de la escucha o la posibilidad de resaltar ciertas secciones de sus improvisaciones, resulta un tanto extraño que la palpable continuidad del discurso musical de estas piezas se intente conciliar con la presteza y el carácter modular que la ecología digital supone. Por supuesto que esto no desdice la maestría de los músicos involucrados, pero sí pone de manifiesto que el medio de escucha –i.e. la arquitectura digital– conlleva repensar la duración y naturaleza de la música que es creada para habitarlo.

En el principio fue la polinización. Por ello, si el jazz o cualquier otra expresión cultural quiere seguir existiendo, es imprescindible incentivar su combinación con otras formas culturales y su reinvención mediante el uso de las nuevas tecnologías. Y es precisamente en ese sentido que el HAMAMATSU SOUNDS IN 2024 pareciera apuntalar un camino posible para el porvenir del jazz: la asunción de su naturaleza improvisatoria en el terreno de la virtualidad.

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Una escucha improvisada

Sin pretender tomar un psicoanálisis por una improvisación libre, ni al o a la analista, o al o a la analizante por improvisadores libres, son varias y además fundamentales las “correspondencias” entre ambas prácticas. Acá sólo trataremos algunas de las líneas en que se intersectan. Y es que, aunque me propuse hacer una lectura de la improvisación desde el psicoanálisis, ocurrió más bien lo contrario…

Escuchar es la clave de la libre improvisación. Es el nexo de todo lo demás, lo que da sentido al discurso, el espacio en el que se codean percepción y concepción. Orienta la navegación y define la ubicación. Escuchar –que no tocar– es el acto más voluntarioso, más solidario y más inteligente del improvisador.  Es también el que más cuesta y el que más distingue.

Wade Matthews, Improvisando. La libre creación musical.

 

Sin pretender tomar un psicoanálisis por una improvisación libre, ni al o a la analista, o al o a la analizante por improvisadores libres, son varias y además fundamentales las “correspondencias” entre ambas prácticas. Acá sólo trataremos algunas de las líneas en que se intersectan. Y es que, aunque me propuse hacer una lectura de la improvisación desde el psicoanálisis, ocurrió más bien lo contrario…

El psicoanálisis no cuenta con la libre improvisación como noción establecida en su práctica. Sin embargo, existe la asociación libre –quizá la única indicación plausible por parte de la o el analista a quien comienza un análisis–. Ahora bien: ¿a qué se refiere aquel “libre” unido a la asociación por Freud hace ya más de cien años? ¿De qué libertad se trata? ¿Seguirá siendo la misma hoy que cuando Freud escribió su texto? ¿Qué libertad le da en realidad el analista a quien le dice asocie usted libremente? ¿Qué libertad(es) se toma éste?

Para pensar estas preguntas, recurrimos a otra práctica: la libre improvisación musical. No la improvisación del jazz o del flamenco, ambas parte de tradiciones idiomáticas, con determinados modelos presentes en su puesta en escena –claro, si es que la música tiene lugar en vivo o, como se dice desde el ámbito de la libre improvisación, en tiempo real–. 

Este otro “libre” unido a la improvisación musical apunta en última instancia a la capacidad de no depender ni de los demás improvisadores, ni del público, ni de un sistema, ni de los gustos ni de la memoria, y menos aún de una composición. Tomando en consideración que en la mayoría de las ocasiones se trata de una actividad colectiva y que además siempre tiene lugar ante un público, parece una apuesta cuando menos arriesgada. 

En la libre improvisación esta independencia se logra en la medida en que se interactúa con el momento, aceptándolo y asumiendo la responsabilidad de aportar cada uno su parte. Para Matthews se trata de “la voluntad de asumir el riesgo de tocar más allá de las fronteras de lo cómodo, de atreverse a entrar en situaciones imprevisibles, la que puede hacer sorprendente a un grupo que lleva años tocando juntos”.

Lo mismo se podría decir respecto a los distintos silencios que pone en juego cada músico; igualmente improvisados, son fruto de la escucha del momento vivido en tanto flujo del cambio, de la misma forma que las intervenciones se viven como el cambio del flujo. De este modo, la escucha marca el rumbo de los libres improvisadores hacia un lugar inexplorado. 

No hay jerarquía entre la colectividad de músicos que participan en cada travesía, ni tampoco un tiempo preconcebido en el que terminar recalando hacia algún puerto. El final es el hallazgo de un sonido que suena a cierre para esos músicos en ese preciso momento. Tampoco están predeterminados los roles, siendo plausible que un saxofón, por ejemplo, sea quien asuma el papel principal de la sección rítmica. Así, toda la atención se concentra en un proceder particular, el cual sería en realidad el rasgo distintivo de la libre improvisación, más que un tipo de sonoridad específica.

Es aquí donde decididamente tendría que atreverse el psicoanálisis a entrar, como se diría en el argot de la improvisación musical. Pues es el método, el saber hacer que algo nuevo pueda advenir, el que mantiene la balsa a flote en este mar del saber preconcebido, y en la que se emprende cada nueva travesía de un análisis.

La disposición a escuchar lo nuevo es también la clave, orienta el análisis y, como sucede en la libre improvisación musical, es lo que más cuesta y distingue a un o a una analista. El mismo Freud bautizó esta escucha con el nombre de atención flotante, que acertadamente nos remite a esa escucha del momento vivido como flujo de cambio que Matthews describe en Improvisando. Por ello, el apelativo de una escucha improvisada puede servir para nombrar la escucha analítica siempre y cuando el o la analista tenga la capacidad de no depender de modelos ni de supuestas tradiciones que los sustentan, así como tampoco del cierre marcado por el tiempo cronológico que se erige al margen del momento vivido. Incluso en la repartición de los roles el análisis puede conmoverse, pues una interpretación (incluso una que haga cierre) puede llegar perfectamente del lado del o de la analizante.

Precisamente la libertad por la que nos preguntamos al inicio se vincula íntimamente con esta independencia. Al igual que en la libre improvisación musical la participación de los músicos queda a expensas de la libertad que cada uno es capaz de concebir en ese momento, en un análisis la indicación dada a alguien de decir todo cuanto se le ocurra –de asociar “libremente”–, incita a desprenderse de la autoría de los enunciados y a soltar la lengua. Por su parte el acto del o de la analista, su intervención, queda confiada a la escucha atenta que permite captar el “sonido” de la letra en el inconsciente, su emergencia momentánea.

No es por tanto fruto de la angustia de no saber lo que se está haciendo lo que precipita la participación del o de la analista ni de la o del músico. Hacer silencio, que no guardarlo, es para ambos a menudo el mejor recurso, pues escuchar el momento posibilita la emergencia de lo inédito. 

Quizá habría que sumar la improvisación libre a las prácticas que Freud consideró ya en su momento como imposibles: gobernar, educar y psicoanalizar. Pero no por eso la apuesta deja de merecer el riesgo.

 


Este texto fue originalmente publicado en el Blog de la Caravana el 24 de septiembre del 2024.

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