Relevo de voces: Testimonios del relay “Máquina Productora de Silencio” (2024)

Ricardo Lomnitz

En su libro En el maelström, el artista sonoro e improvisador inglés David Toop realiza un ejercicio de escritura propicio para captar el carácter plural de toda experiencia de escucha. Su propuesta consiste en abrir espacios donde reúne testimonios de participantes de una misma improvisación libre. La intercalación de capítulos de esta naturaleza textual genera una provechosa interrupción de su discurso, que nos recuerda que el sentido de todo acontecimiento de escucha se mantiene abierto. Más aún, en el caso de la libre improvisación, se trata de una experiencia de escucha que posibilita la proliferación de diferencia, rehuyendo todo cierre totalizante. Efectivamente, la multiplicidad (de músicos, sonoridades, ideas musicales) propia a la libre improvisación supone una colaboración y escucha mutua, sin que se instale un centro “tonal” o principio musical que rija las interacciones.

Siguiendo el ejercicio de Toop, a continuación se presenta una colección de testimonios de distintos participantes del relay o relevo improvisatorio que tuvo lugar en el marco del XXXVII coloquio internacional Máquina Productora de Silencio: la improvisación en y más allá de la música y las artes. Este evento sonoro, organizado por Wade Matthews y Ricardo Lomnitz, se realizó el jueves 27 de junio del 2024 en las instalaciones de la Fonoteca Nacional. Se convocó a una veintena de improvisadores de distintas edades, nacionalidades y estilos, a interactuar libremente en tres espacios acústicamente diferenciados durante dos horas. La consigna era escuchar, permitiendo el establecimiento de distintas configuraciones instrumentales a lo largo de la improvisación, pudiendo decidir cada quién en qué espacio tocar, por cuánto tiempo hacerlo, y cuándo hacer silencio, deviniendo un miembro de la audiencia más. A su vez, gracias al movimiento por el espacio, se resalta la agencia del público y la singularidad de su experiencia, deviniendo co-creadores.

Esperamos que esta huella textual logre expresar la riqueza y potencia de lo acontecido en este relay. Lejos de pretender que lo presentado es un registro fiel de lo acontecido, nos interesa resaltar su carácter fragmentario. Si toda improvisación es tentativa, comenzando y finalizando por la mitad, ponerla en palabras necesariamente lo será también.

Ricardo Lomnitz

 

La construcción de comunidad – Wade Matthews

 

Cuando propuse el Relay como posible actividad para la Máquina Productora de Silencio, tenía en mente lo que considero uno de los fundamentos de la libre improvisación: la construcción de comunidad e, incluso, de una comunidad. De una forma u otra, todas las actividades realizadas en el contexto del simposio han contribuido a este fin, pero por su propia organización, lo han hecho de maneras distintas. Tanto los conciertos de pequeños grupos como las mesas redondas han permitido a algunos participantes compartir sus ideas, valores, deseos y vivencias con un público claramente interesado en lo que brindaban, y no cabe ninguna duda de que recurrir a los conocimientos, la sabiduría y la creatividad musical de los participantes ha beneficiado a todos los presentes, más aún al incluir una posterior interacción con el público, donde respondían a preguntas y, a veces, a críticas con generosidad.

El Relay, sin embargo, es otra cosa. Si bien es verdad que se realizó ante un público numeroso e interesado por los acontecimientos, la aportación real, en mi opinión, ha sido la interacción entre tres grupos de músicos que rara o ninguna vez se habían encontrado antes. La presencia de muy buenos representantes de la más reciente generación de improvisadores mexicanos/as resultó especialmente interesante para todos. Es más, su interacción con figuras ya consagradas de la escena de Ciudad de México y la interacción de ambos grupos con invitados de otros países de América Latina, más algunos de Canadá ha tenido lugar en un atmósfera de clara igualdad, donde cualquier músico podía tocar con cualquier otro por el simple gusto de compartir, sin jerarquías y sin barreras. Desde mi perspectiva personal, esto es sembrar. Qué frutos dará, o cuándo, son cuestiones que se contestarán con el tiempo, y que dependerán de la iniciativa de todos los involucrados, desde los organizadores hasta todos los participantes. De lo que no hay duda es que el primer paso está dado, y realmente bien dado.

 

Relevo / Relay – Gonzalo Biffarella

 

27 de junio, 16 horas. Este viaje sonoro inicia en el auditorio de la Fonoteca Nacional de la Ciudad de México. La consigna es improvisar durante dos horas, formando ensambles aleatorios con otros 22 músicos, transitando por tres espacios diferentes, dentro de la vieja casona Alvarado, en la calle Francisco Sosa del barrio Coyoacán. La idea y la coordinación pasó por las cabezas de Wade Matthews y Ricardo Lomnitz. A la mayoría de los músicos no los había visto ni escuchado antes, lo cual hacía muy interesante el desafío.

Iniciamos en el escenario del auditorio. Yo conecté el Chapman Stick, mi amigo Franco Pellini (argentino), uno de los pocos que sí conocía bien, se sentó en la batería y Santiago Botero (colombia), subió con un contrabajo. El diálogo fue fluido; los códigos en la improvisación experimental son obviamente compartidos por muchos de nosotros y eso permitió que interactuáramos con naturalidad. Luego, se nos sumó Alain Derbez (mexicano) con su saxo soprano, tocando desde la platea, aportando una riqueza de gestos con origen en el free jazz. El clima sonoro era inmejorable. Pero fiel a la consigna, desconecté el Stick, dejé mi lugar a una instrumentista que llegaba al escenario y me dirigí a través del viejo patio colonial, a la segunda sala. 

Allí había un grupo de seis músicos comprometidos en una densa improvisación. Cuando el guitarrista, dejó su lugar para ir a otro espacio de la casa, yo ocupé ese espacio. Sólo conecté el canal izquierdo de mi instrumento, ya que sólo tenía acceso a un amplificador de guitarra eléctrica. El Stick, tiene una salida estereofónica y requiere de dos amplificadores, uno de bajo y el otro de guitarra eléctrica. Pasé un largo rato escuchando cómo evolucionaba el discurso sonoro. Me costó encontrar espacios donde poder aportar a la construcción sonora. Finalmente tomé una posición más tradicional y aporté desde un plano de armonías atonales, creando procesos de tensiones y distensiones, asumiendo un segundo plano en la textura sonora resultante. 

Luego de 10 minutos, dejé mi lugar a otro músico que se acercó. Me encaminé a la tercera sala, la más pequeña de las tres asignadas a la improvisación. Allí me entrelacé con improvisadores increíbles. Entre ellos Ricardo Arias y Juanita Delgado (colombianos). No sé cuánto estuve allí, pero fue una delicia lo que se generó. 

Luego, alterné momentos de descanso, de charlas y de escucha de los ensambles espontáneos que se formaban en cada sala. Cerca del final del tiempo previsto, volví al auditorio, donde había iniciado el viaje dos horas antes y escuché un grupo en el cual estaban junto a otros Juanita Delgado y Jashen Edwards (canadiense). Me quedé un rato disfrutando de lo que generaban. Luego subí y me conecté. Quedamos en un trío final con dos músicos que me conmovieron profundamente, la cantante Juanita Delgado y el flautista Remi Álvarez (mexicano). Fue una de las improvisaciones más bellas de las que haya sido parte.

 

Hacer sin ver adelante – Franco Pellini

 

Cuando me preguntaron si quería ser parte de un relay en un simposio o actividad de la cual aún no se me comentaba el nombre ni de qué se trataba, quizás para no desilusionarme si salía mal la apuesta, dije que sí. No sabía de qué se trataba, pero dije que sí.

Finalmente y para resumir, se formalizó la invitación y viajé a México para ser parte de la Máquina Productora de Silencio. Fui para tocar en un relay, y cerrar un día en concierto con el trío que comparto con Wade Matthews y Gonzalo Biffarella. 

Llegué a la Fonoteca Nacional y aún no sabía qué era un relay. De hecho, al formar parte de la cohorte demográfica conocida popularmente como millennials, pensé en pantallas. ¿Seré parte de un interminable reel en vivo? ¿Alguien vendría a scrollearme?

El día del relay pregunté una y otra vez de qué se trataba. Llegó el día y estaba listo, al menos en actitud, preparado para participar de eso que no sabía (improvisarimprovidere: hacer sin ver adelante). Ingreso al auditorio R. Murray Schafer y no veo a nadie. Espero.

Salgo al patio y veo que todos están reunidos en una habitación al frente. Voy rápido, entro hablando solo, allí el primer sonido colectivo: “shhhhh”, el señor Wade Mathews quien coordinaba el relay estaba finalizando la explicación de cómo funcionaba la actividad y sus variadas dinámicas. No podía creerlo, fui el peor alumno.

Así y todo, escuché atentamente cuando los músicos se presentaban y comentaban el instrumento que utilizarían, y rápidamente entendí de qué se trataba la cuestión. Pensé también: hay tres habitaciones, tres bateristas (uno era yo) y tres baterías. Iré a ver cual no tiene dueño, y ahí comienzo. Volví al auditorio. La intuición me llevó al lugar correcto, como casi siempre (me dijo una vez una profesora que ésta es el grado más alto de conocimiento).

De ahí en adelante fueron dos horas imprevisibles, inmediatas, transitorias, casi como si el tiempo se doblara sobre sí mismo y todo se convirtiera en una especie de topología de los vínculos sonoros, espaciales, pero sobre todo sociales. Un verdadero acontecimiento/recorrido/deriva donde alcanzamos la profundidad a través de inter-retro-acciones en las cuales no hubo mediación verbal. Una experiencia temporal de comunidad que alcanzó y tocó a todos. Un verdadero ecosistema repentino y sonoro equilibrando el tiempo que sobre sí mismo existía en muchas capas.

Terminé sin estar seguro de qué había pasado musicalmente; claro que tenía una buena impresión, me la pasé escuchando. Pero sí estuve seguro de que el proceso que llevamos adelante músicos, público, espacio y otros seres vivos involucrados –después discutimos la agencia de cada uno, no es importante ahora– había sido perfecto. La música fue resonancia; el encuentro y el recorrido que habíamos hecho todos, único, inmejorable e irrepetible. Lo primero que se me vino a la mente fue la pregunta: ¿podríamos convivir vivir así? Como dijo alguna vez John Cage:

(…) La música con frecuencia necesita de otras personas. La realización de la música es una ocasión pública o una ocasión social. Esto hace que la realización de una pieza musical pueda ser una metáfora de la sociedad, o de cómo queremos que sea una sociedad. Aunque hoy no vivimos en una sociedad que consideramos buena, podríamos hacer una pieza musical en la cual nos gustaría vivir. (Cambridge, Mass.:Harvard University Press, 1990)

Bueno, hacia allá vamos. Improvisemos lo que queremos.

Ah, un relay, es un relevo. Intercambiamos lugares, nos relevamos. Pero es muy importante decirlo: no nos reemplazamos ni sustituimos. Estuvimos juntos.

 

¡Un, dos, tres, por todos los relevos! – Carlos Greco

 

Tres puntos de coalescencia, más de veinte improvisadores rotando aleatoriamente, una forma de controlar los parámetros caóticos de la improvisación libre de grupos muy numerosos, además de mantener la frescura en los puntos de emisión, tanto para el improvisador como para los espectadores. Los puntos de emisión/coalescencia se tornaron espacios no sólo de interacciones sonoras entre todos los participantes (incluyendo a los espectadores) sino también como pequeñas aulas de aprendizaje/enseñanza. Esto, porque había que estar al tanto de cuando alguien nuevo llegaba a relevarte, de qué manera cedías tu puesto, así como buscar el espacio donde actuar y, al encontrarlo, cómo entrar al juego ya establecido. Estas situaciones requieren de habilidades (atención, reacción, acción, riesgo) casi específicas de la improvisación libre. Su desarrollo es importante para lograr una práctica más efectiva, afectiva y profunda; considero que esta dinámica las propiciaba, claro, siempre que uno estuviera dispuesto a estar abierto a tal información y a reflexionar…

 

Improvisar con ojos cerrados y oídos abiertos – Maricarmen Graue

 

Confiando en mi oído, como ha sido en los últimos tiempos de esta escucha, tuve una experiencia inolvidable, muy enriquecedora y plena, al haberme movido en la dinámica planeada con la pura intuición de lo que sonaba, orientada mucho más con mis oídos que con lo que me daba la imaginación de mis ojos, al saber que habían más de 20 músicos en movimiento aleatorio, creando sonoridades solitarias o en colectivo con los que se hallaban en cada uno de los espacios. A muchos de los improvisadores que participaron en el ejercicio, ya los ubicaba por haber coincidido con ellos desde la escucha, al ser espectadora de sus improvisaciones, o al haber interactuado musicalmente en algunas improvisaciones previas con ellos. 

Sabía que éramos muchos, sabía que había 3 espacios diferentes con acústicas muy diferentes. Una de espacio grande, pero acolchonada por la resequedad de una alfombra. Otra con resonancia de madera: suave, dulce y sonora. La última, con resonancia de techo alto y muros y piso de piedra. Decidí comenzar en el salón con madera. 

Me hubiera gustado no saber desde un principio con quiénes iba a dialogar musicalmente, pero, por sus saludos y sus voces supe que eran ya viejos conocidos. Inevitablemente, me predispuse un poco a sus sonoridades. Pero, más pronto de lo que esperaba, todo comenzó a cambiar. Surgió el movimiento en el espacio. Las sonoridades se fueron transformando, así como los colores, los volúmenes, las intenciones. Las texturas sonoras se empalmaban, se movían, hasta que me detuve simplemente a escuchar y disfrutar. En cierto momento la curiosidad me llamó y decidí también comenzar mi movimiento. 

Me encantó haberme dejado ir por la sonoridad pura, olvidándome de las personas, lo reconocible, simplemente guiada por el estímulo sonoro en donde la mezcla de timbres y la acústica pintaba un constante movimiento de paisajes sonoros irrepetibles. En la elección de mi movimiento no existían personas concretas con sus instrumentos, ni curiosidad por conocer a alguien con quien no había sonado, o sentirme en la comodidad de dialogar con algún viejo cómplice de sonido. Fue un salto al vacío de la incertidumbre, al no saber cómo y por qué de pronto aparecía el color de una trompeta, inesperada, o algún contrabajo muy cerca de mi lado derecho, o un saxofón comenzaba a sonar enfrente de mí, o una percusión a mis espaldas. 

En esta promiscuidad musical me pude hallar totalmente libre y cómoda, sin expectativas, en un acto puro de acción-reacción, sin el prejuicio de algo esperado. Si me nacía, conversaba con la idea sonora, si quería rebatir, también lo hacía, si quería quedarme callada escuchando, también se podía.

Fue un bellísimo acto sonoro de fe ciega, guiada de la mano de mi escucha.