la institución mató a mi gato

Ricardo Lomnitz

Paulina Colmenares es una artista escénica, directora, educadora, investigadora y coreógrafa mexicana.


Desde un lugar liminal entre investigación cruda y obra artística, la institución asesinó a mi gato, busca ser un acontecimiento coreográfico, escénico e improvisatorio unipersonal, que presenta una construcción en capas que oscilan entre lo real, lo simbólico y lo imaginario. Intento retar la visión hegemónica del mundo, tomando la elección de abrazar lo monstruoso como categoría crítica, y como respuesta estético-política a la violencia institucional.

El texto presentado a continuación suele ser declamado por César Aragón Benítez, el protagonista de la obra, al inicio de la experiencia, entrelazándose con la misma. Además de sugerir puntos de partida y ofrecer contexto al espectador, contiene ideas y revelaciones en torno al problema de la representación y propone un dislocamiento de paradigmas escénicos naturalizados. Todo ello emerge a través de un proceso de investigación-creación entrelazado con la indagación filosófica, particularmente desde la perspectiva posestructuralista o de las filosofías de la diferencia. 

En el escrito especulo acerca de la improvisación como valor, como noción y como práctica generadora de conocimiento. También como un elemento fundamental de modalidades experimentales de investigación, y como principio organizador de lo coreográfico/performático. Se asoman ideas relacionadas con el teatro de la repetición propuesto por Gilles Deleuze, así como con el proyecto de deconstrucción de Jaques Derrida y su invitación para concebir al pensador-filósofo como sujeto empírico.

En tanto autora de este texto y directora de la puesta en escena, me presento como sujeto desdoblado y en conflicto, siendo quien se oculta detrás, pero que al mismo tiempo se proyecta en el intérprete.

A su vez, el intérprete es asumido como cosa viva y mutable. Un sujeto-vehículo. Una carnada… o víctima. 

Considero este texto como un ensayo académico-filosófico lírico y fragmentado. Escrito con el cuerpo. A modo de confesión…

El texto es lispectoriano, así como yo.

Me empiezo a despedir de este proceso creativo con cierta tristeza, cierto alivio, y con mucho agradecimiento por lo revelado y por los lazos de vida forjados. Me quedo con este ensayo como disparador y cobijo hacia lo que sigue. Porque encontré cosas. Cosas hondas. Lo mejor de todo es que la incógnita no se resolvió: sólo se volvió más urgente.

 

Paulina Colmenares,

agosto, 2025.

 


la institución asesinó a mi gato

 

Esto tiene todo que ver con mi gato.

No empezó así pero, tras su trágica desaparición, algo se desató en mí y se hizo evidente. Algo así como un sueño de venganza.

El cruel crimen del que fue víctima derramó el vaso de mi conflicto y frustró todos mis esfuerzos por ser objetiva. Detonó una enorme bola de nieve que hasta el día de hoy no he podido detener. 

Fue un fatídico martes de abril.

No les contaré los desagradables detalles. No quiero recordarlos. No quiero molestarlos más.

Mi angustia.

Antes de su desaparición ya presentía que aquello que César y yo empezábamos a imaginar adentrándonos en este esfuerzo, esbozaba una afrenta violenta y sangrienta contra algo… Algo parecido al lenguaje o a la estandarización reductiva y pragmática del comportamiento y las buenas maneras.

Se me había acabado el polvo de estrellas. O quizás sólo era una devastadora crisis de la mediana edad. Así llaman a ese momento en el que uno se da cuenta de que la vida es mucho más corta de lo que desde lejos parecía, mucho menos satisfactoria y mucho más cruel. 

También estuve confundida y fascinada durante un tiempo por mi inesperado e intenso encuentro con la teoría crítica. No sabía cómo acomodarme en ciertos círculos intelectuales: la mujer histérica, la madre luchona, la bailarina emocional. Me han asignado estos roles (todos ellos invisibles) con agradable condescendencia: mi verdadero lugar, dicen, es el sacrificio, la pasión y el arrebato. No me malentiendan: me fascina el lenguaje y de ahí la naturaleza de este conflicto. Porque sé que éste también propone alternativas para esquivarse a sí mismo. Las he cachado entre los más valientes de ciertos grupos. Por eso yo también aquí se las presento. 

Aprovecho esta oportunidad para confesarles que siempre he considerado los protocolos, las ideologías, la burocracia, la sobrerregulación, como una forma de violencia que me ofende. Quizás porque crecí consentida. Nunca me ha gustado que me digan cómo se supone que debo vivir. 

“Los significados no son algo que se descubre en la experiencia, sino algo que se le impone debido al poder tiránico que la forma lingüística tiene sobre nuestra orientación en el mundo.” (Sapir, s.f) 

César y yo nos encontramos. Llevamos mucho tiempo intentando resolver el enigma de nuestro encuentro. Al inicio no eran más que conversaciones, sueños disparatados sin ningún hilo conductor. Sólo el deseo de investigar las posibilidades del encuentro mismo con potencia de un un devenir-con accionado, a la Haraway. Quizás fue por las distorsiones y desviaciones de Francis Bacon, por el Orlando de Virginia Woolf, por El Agotado de Deleuze, por las monjas  flageladas y malvadas que sufren y hacen sufrir, por lo entredicho, y por nuestra ambivalencia compartida. Ciertamente por un vagabundeo algo perdido por el camino, aunque con puntos de vista, al menos en apariencia, radicalmente opuestos. También por este constante ánimo de búsqueda y ensoñación que compartimos. Su ágil mente asociativa nos llevó a lugares insospechados. A veces siento que él, en realidad, es el culpable de todo. Es el culpable de mi  encuentro con el monstruo

Lo perdono.

 

 

Jalar la hebra de la monstruosidad me trajo consecuencias fantásticas y terribles, pero era necesario porque mi adormecimiento me había hecho pasar por alto todas las ofensas a las que había sido sometida, aunque cada una de ellas me transformaba sin darme cuenta. Después del asesinato de mi gato me quedé sin excusas. Mi corazón estaba… está roto. Ésta sí que no la pude perdonar. Tuve que actuar de inmediato. (Aun así, en mis momentos más íntimos me pregunto qué habrá sido primero: mi herida o mi odio. La gallina o el huevo. El huevo es la herida.)

Le pido disculpas a César porque, sea lo que sea que buscábamos, a partir de ese momento puede  haberse convertido tan solo en una proyección de mi amargura. Quise permitirme el lujo de descuidar por completo las formas. Pero no pude. Están bien arraigadas y no importa. A veces se fracasa y la vida continúa. Nos queda tan sólo la gloria del intento (que no es poco). La inercia nos llevará por los caminos acostumbrados. Hay que estar muy alerta, ejercer una fuerza de  oposición constante, y no siempre se encuentra la voluntad y las ganas. Pero mutilar la forma sin censurar el grito y engendrar una suerte de malogro morfológico, como Mary Shelley y su  Frankenstein; eso es lo que quise. Salvar mi grito y el de César en el proceso, mantendría a «la  cosa» cruda y verdadera y así no se convertiría en un mero ejercicio de control y de poder.

Necesito que la cosa siga siendo verdadera. No encuentro la manera de justificar la frivolidad del mero diseño y del mero artificio. Amo el estado de riesgo, la sinceridad y apuesta que facilita el estado improvisatorio. El estado de aguda presencia de cara a lo no contemplado. 

La mosca imprevista dentro de la sopa.

Hay que tener cuidado, sin embargo, para que la improvisación no nos convierta en solucionadores compulsivos de problemas. Porque sobrevivir también se convierte en un hábito necio. Estoy cansada de sobrevivir. Quiero que mi improvisación no resuelva nada. Sólo quiero la presencia.

¡Pobre César! Quizás ese fue mi mayor acto de violencia hacia él: fingir que no le pido nada, cuando en realidad le pido todo. Le pido que se convierta en algo que ni siquiera yo comprendo. Le pido que lo haga por mí. Quería hacer surgir su lado monstruo para apaciguar el mío. Él es joven y fuerte… y puede soportarlo.

Deben creerme, además, cuando les digo que la improvisación es el sistema de organización más sofisticado, y que esta construcción ha requerido un esfuerzo tremendo. Al principio parece que el esfuerzo se hace para comprender, pero lo que realmente requiere un esfuerzo feroz es aceptar que no comprendemos ni comprenderemos, y seguir así, a ciegas, atravesando nuestros peores  miedos. Uno se siente hasta ridículo, pero hay que soportar el pánico del sinsentido para finalmente encontrar ese lugar donde habitan las cosas más puras y suaves. 

Están allí, calladitas, esperando. 

Si navegamos e insistimos a través y a pesar de las tramas prescritas, intentando no ceder, entonces el descubrimiento ocurre, y la improvisación se revela como ese posible-imposible que sugiere Derrida.

Pero César no me dejará mentir. A veces después de recorrer este entramado de cosas, ambos terminábamos aturdidos y sin ganas de hablar por días. «La cosa» –como la llamamos–, a mí por lo menos, me provocaba una especie de aversión. A veces también una especie de ternura. Mi pequeña obra monstruo: cruda, fea, deforme.

 

“El monstruo es la ruptura de la certeza de la comprensión del mundo”

(F. Tenreiro,  comunicación personal, 24 de junio de 2024) 

 

 

La motivación subyacente era poner sobre la mesa esta disputa contra quien ustedes quieran culpar de acuñar la idea de que el mundo es algo que se puede conocer y domesticar. El lenguaje, las instituciones, los discursos dominantes del arte, el mismo pensamiento racional. El monstruo de mil cabezas contra el gato que es el «misterio vivo». Ya lo sé… Me lo han dicho muchas veces y ya he cansado a algunos de ustedes con mi insistencia:

No se puede escapar de la representación. No se puede escapar de la cultura.

 

…pero sí se puede. 

 

Ya he visto cómo y se los voy a decir.

La única manera de salir es entrar…. 

Y dejarse arrastrar. 

Dejar que la vida nos ocurra.

 

Una vez dentro, se pueden encontrar fugas y oportunidades chiquitas para suspender, aunque sea por segundos, el condicionamiento. Se agudiza la atención. Se escucha (escuchar es muy importante). 

Por supuesto nada dura, pero el fracaso activa un frenesí sutil que, aunque sea por instantes, difumina los filtros ideológicos –incluido el último y más devastador: el del ego–.

Otra forma de escapar de la representación es a través de la variación radical, porque la representación es un lugar estático y seguro. El movimiento nos dice mucho acerca de cómo son realmente las cosas: inasibles, incontenibles, inciertas, en constante cambio.

Bendito sea. 

Amén a la diferencia.

 

Al final, le he pedido a César que intente resistir esta inercia que siempre conduce a la representación y que la neutralice con acción pura y directa –presentando, en lugar de representando–, así como se neutralizaría un ácido corrosivo. Ténganle paciencia, porque no es fácil. 

Otra forma de intentar escapar es especular a nuestro ser animal, quizás. Pero no al animal  humanizado. No. Especular al verdadero animal: al cerdo que se lanza salvajemente hacia sus necesidades y deseos sin cuestionarlos. (Especular no es imitar).

Le he pedido que elimine las transiciones también, porque la transición es una mentira cruel que empuja todo en una sola dirección: hacia adelante. La función de la transición es construir el sentido. Un sentido que no quiero. Un sentido en el que no creo. 

Miren la vida.

Si existe la causalidad, tengo la certeza de que no es calculable.

Le he pedido que resista a su deseo de hacer sentido, que es el peor de los deseos.

El más engañoso. El más cobarde.

Y ser cuerpo. Ser cuerpo vital y sangrante.

Éste es el último y definitivo antídoto contra la representación. Por eso al final César se rinde, y dispuesto, se convierte en carne cruda.

Como la Figura con carne de Bacon.

 

“Y fue tan cuerpo que fue puro espíritu” (Lispector, 2002, p.52.) 

 

 

Hasta este punto todo parece ir bien en sólo intentar, asumiendo desde el inicio el fracaso, pero cuando pienso en mi querido y humanizado gato, y en el terror que imagino debió sentir él en el preciso momento en que fue despojado de sus cimientos (y yo de los míos), siento que el intento no puede ser pobre, que tengo que llegar hasta las últimas consecuencias en mi deseo de venganza y derribar por completo al modelo.

Lo verdaderamente difícil ha sido no sentir repulsión por mi propio grito en el trayecto. Apenas puedo soportar las terribles contradicciones que habito. Uno nunca quiere enfrentarse a su propia monstruosidad.

Duele.

Si no me creen, pregunten a las madres del mundo. Las madres somos monstruos dolientes, amorosos y con culpa.

La madre es el monstruo más humano.

Sí, la palabra secuestra todo. No hay oscuridad posible.

Estamos condenados al conocimiento desde el momento en que pronunciamos nuestra primera palabra.

Este es un conflicto insoluble.

 

“Me dieron un nombre y me alienaron de mí misma.” (Lispector, 2015. p.67.) 

 

Intentaré perdonar, aunque ese perdón no sea merecido.

No estoy segura de que exista perdón alguno posible para los atentados de muerte en contra de lo inefable.

(Seguiré planeando un  último intento de venganza, en secreto).

 

Lo siento, mucho de esto les resultará incomprensible. A mí también. Es que con el tiempo se aprende que ser quien se es, es el único camino posible. 

Los invitamos a vivir este tejido, aunque les advierto, no será fácil. Sí. Tejimos. Tenemos que tejer. Sí, sí, incluso en la improvisación tejemos. Tejemos más, con más precisión, con más cuidado. Porque lo que intentamos contener es la memoria, el anhelo, la necesidad, la posibilidad, el deseo cambiante, el tiempo que se desvanece.

La infinita y floreciente complejidad.

La diminuta libertad.

No será mi cuerpo, ni mi voz, ni mi coraje.

 

 

*

Después de la última temporada de la institución asesinó a mi gato, realizada en el Teatro Principal y el Teatro de la Ciudad de Puebla, México, fui despedida de mi trabajo institucional como profesora de tiempo completo de cierta licenciatura en danza a la que entregué la vida. Alguien debió darse cuenta de que yo en realidad pertenezco a los márgenes. Fui un poco idiota, supongo. O tremendamente brillante. Intenté destruir algo que me contenía y terminé tan sólo destruyéndome (deconstruyéndome), a mí misma. 

La institución me censuró y me asesinó. Y yo no opuse resistencia. Fue una muerte rápida y dulce. Quizás incluso merecida. Quiero creer que me llevé mi danza conmigo, aunque aún tengo pesadillas horribles en las que también me la arrebatan.

Cuentan que mi cabeza ahora cuelga sangrante en las paredes de las oficinas de los obedientes…

…junto a muchas otras.

 

Y aquí estoy de pronto,

Entre los escombros y lamiendo mis heridas

desterrada, 

escupida, 

olvidada, 

sola

 

 

Soy carne viva 

 

 

 

Todo está en ruinas 

 

 

 

aleluya.


Paulina Colmenares es una artista escénica, directora, educadora, investigadora y coreógrafa mexicana. Es licenciada en Danza por la Universidad de las Américas, Puebla, y maestra en Coreografía y Performance por la Universidad de California San Diego. Ha sido aceptada al doctorado en Estudios Críticos de la Improvisación en la Universidad de Guelph en Ontario, Canadá, al que tiene planeado integrarse en enero del 2026.